FÓSILES.


El mar mediterráneo como cementerio humano de migrantes, nos devuelve todos los fósiles de los ahogados. Los cuerpos tras decantarse hacia lo hondo regresan desfragmentados atraídos por las mareas. Los transeúntes de las playas, los turistas y los lugareños recogen el testimonio y culpan a los gobiernos de esta masacre, luego siguen andando pensando en qué sabor de helado elegirán.

Fósiles Mediterráneos

Agarrado a este tronco: agarrado a la vida, consciente de que la vida acabará en unos minutos, en unas

horas a lo sumo… Aligerar la maltrecha embarcación no era una opción más. Solo espera que ellas estén

bien, que lleguen a algún puerto. Ya no ve la pequeña y vieja barca. Lo espera, pero algo le dice que este

mar se las tragará, como se lo tragará a él mismo ahora. No tiene sentido esperar. Solo que no sufran.

Ahora sabe que al embarcar penetraban en una tumba insondable. Ya no hay lágrimas. Y la rabia

languidece, como el cuerpo requemado por el sol y la sal. Queda una extraña indolencia. Pero sabe que el

último suspiro será aún para escupir al mundo otra vez. Escupir al mundo.

¿De dónde vienes, madera? Mira por vez primera esta cosa que sostiene aún su quebradizo hilo de vida,

siente su textura. Fibras que parecen todavía estar muy vivas; más vivas que las fibras de sus piernas, de su

torso… Desaparecen el aire y el ruido, quema y estalla el pecho por dentro, y la última imagen es la de la

silueta de un tronco vista desde abajo…

En el tronco que va a la deriva no hay consciencia, no hay voluntad ni intención. Flota y basta. O no solo…

Grita. Grita porque es depositario de la rabia de una vida digna y de todas las dignas rabias agotadas en

pedazos de madera en un mar de muerte; es depositario de la maldición sobre este mundo exhalada en un

último suspiro. Grita que no hay esperanza, sino desesperación. Grita, a pesar de la sórdida sordera de los

muros: sordera externalizada de los habitantes de perversas fortalezas que consumen cuerpos que

consumen cosas. Pero el grito que no se oye no deja de ser grito.

Escucha. Escucha al acecho de palabras capaces de afrontar sin vacías justificaciones las rabias, las

desesperaciones, las maldiciones que resuenan desde fondos marinos. Una escucha que no quiere oír

hablar de esperanza, de futuros que siempre son demasiado futuros, de razones amablemente razonadas

en asépticas mesas. Una escucha que no busca reparaciones o hacer bailar conciencias a ratos. Es una

escucha que exige desnudar a la justicia de disfraces chapuceros, que quiere oír su verdad: que la justicia

siempre es situada y se constituye en hechos y acciones muy próximas al combate, no una idea

perversamente hermanada con la idea de paz que vomitan las fortalezas bien armadas. Mientras sus

habitantes (se) consumen, las altas representaciones de las fortalezas gritan vaciedades que no esperan

respuesta. Pero la escucha no atendida no deja de requerir, de exigir palabras valientes, honestas, creíbles.

No hables de paz o de futuro, di cuál es tu combate, aquí, ahora.

Los troncos que llegan a las playas de territorios fortificados gritan y escuchan. Gritan a los que

contempláis: mide tu vaciedad. Quizás escuchen un lejano rumor…

D.G.A