“El arte debe ser una pregunta”


 

Nací un agosto de 1985, en Barcelona. En aquella efervescencia vital de creatividad, heroína y David Bowie me criaron mis padres, mis abuelos y mis tíos.

Mi padre escultor y pintor, junto a mi tío, me iniciaron en el arte. Horas de observación y juego en el taller hicieron que algo se activara en mí. Barro, madera, óleos, una caja de galletas de mantequilla danesas repleta de frutos secos y un botijo con agua fresca. Fotos de Camarón y libros de Picasso, siempre con el sonido del mazo, rítmico, profundo, un latido tan primitivo como el intrauterino.

Aquel lugar idílico se trasladó a las orillas del Matarraña, ya no era algo diario, sino ocasional y por tanto más preciado. Nuevos olores. Las truchas, el puente romano de Valderrobres, olor a cabras, frío. Mi padre y yo solos.

Primer contacto con la talla, a los 8 años. Sentir la confianza de poseer una herramienta verdadera que corta, que vacía una madera y hace entrar la luz, dibujando sombras a medida que la gubia corta, que la mano guía y que el mazo golpea.

De pronto, nada. Mi madre deja de estar, poco después mi padre. La orfandad no es solo de parentesco sino de alma, de tutela. Un niño de 11 años y todo un camino sin desbrozar, sin nadie que aparte la zarza para que pueda pasar.

Adolescencia.

Juventud. Estudiar cosas, de arte, o eso dicen porque la enseñanza académica no tiene nada que ver con la enseñanza que me había ofrecido mi padre. En el academicismo no hay apenas diálogo, no hay maestría, no hay amor. Así que me canso de ese arte que me enseñan y me largo a Madrid.

Madrid. Si verdaderamente quieres olvidar y disfrutar, ve con 22 años a Madrid. Ahí estudio y trabajo y festejo. Soy asalariado, de muchas cosas; call centers, aseguradoras, bares. En los bares encuentro la creatividad de nuevo, como cocinero y abro dos. No solo los abro sino que los construyo con mis propias manos, junto a los hermanos que me dio Madrid. Vuelven las herramientas a mí. Vuelve la madera. Vuelve el amor; una perra, una compañera y dos hijas.

En ese instante, con 34 años, la misma edad que tenía mi padre al morir, decido retomar el camino de lo que siempre he sido: escultor. Me voy a Mallorca. El mar me trae madera de deriva. La pandemia, el tiempo y así todo lo plantado germina.